¿Qué fue la Mazorca?, ¿qué pasó con los miles de negros que habitaban Buenos Aires? ¿Cómo era la ciudad en tiempos de Rosas? Son algunos de los interrogantes que investiga Gabriel Di Meglio (historiador), cuyos núcleos están desarrollados en un libro que debería ser obligatorio: ¡Mueran los salvajes unitarios! – La Mazorca y la política en tiempos de Rosas, editado hace mas de un año en Sudamericana. En el fondo, Gabriel parece preguntarse dónde está el pueblo bajo la superficie narrativa de la historia argentina.
Gabriel es la cara visible de varios ciclos de historia que se emiten por el canal Encuentro, como el ciclo Bío.ar, que dirige Sebastián Mignogna. Quisimos saber cómo era esa ciudad federal marcada por el temor paranoico a ser unitario (la barba en U podía deducirlo en cualquiera), por el terror a los sirvientes, por los barrios de negros, o sea: por ese germen de ciudad justicialista que grabó un imaginario imborrable sobre el mundo de “los de abajo”, cuya marca revivían quienes cien años después referían azorados el cuentito de la mucama que hizo empanadas con la carne dulce del bebé de doble apellido.
La historia de ese tiempo nos revela cómo aparece ese fantasma llamado Pueblo, ya no un fondo de paraguas contemplativos de las acciones de una elite, sino de carne y hueso. Y su acción muestra el tejido social de la política de una época que tenía uno de sus centros en los “pulperos”, en su capacidad de movilizar a cientos de milicianos. Esa “estructura” de fondo nutría la política, esos eran –en criollo actual- los “micros naranjas” movilizados tras las pasiones de cada época, los que dirimían voto a voto, fusil contra fusil, la política argentina del siglo 19.
-¿Qué pasó con los negros en la ciudad de Buenos Aires, donde había casi un 25% de población negra? ¿Dónde es que había barrios de negros en tiempos de Rosas, qué beneficios les daba Rosas?
Es cierto que en 1810 más de un 25% de la población era africana o descendiente de africanos. Los que eran esclavos solían vivir con sus amos en sus casas, dado que buena parte de la esclavitud porteña era doméstica, o a veces en los lugares donde muchos de ellos trabajaban, como panaderías o talleres de zapatería. Por lo tanto, los esclavos estaban dispersos por toda la ciudad. Los negros libres, libertos su nombre, vivían fundamentalmente en las parroquias de Montserrat y Concepción, zona que se conocía como “el barrio del tambor”.
En los años de la colonia se juntaban para tocar música u organizar bailes, pero fue en la década de 1820 cuando eso se institucionalizó; se formaron las Sociedades Africanas, que reunían a miembros de una misma etnia (por ejemplo, los Benguela, los Congo, los Angola, los Cabinda, etc.). Las asociaciones juntaban fondos para facilitar la liberación de otros negros, se encargaban de celebraciones como bodas y sepelios, organizaban bailes y otros eventos sociales.
Su participación política se inició en 1810, tras la Revolución, indiferenciada de la del resto del “bajo pueblo” o “plebe” a la que pertenecían. La participación popular fue muy importante en la política porteña desde entonces. Su primer accionar como negros fue el importante motín que organizó el cuerpo de pardos y morenos en 1819, contra las autoridades. En los años siguientes las Sociedades negociaron con los gobiernos movilizar a sus miembros para las elecciones, siempre a cambio de beneficios. Con Rosas establecieron una relación especial, porque él se dedicó a seducir a la comunidad con atenciones y algunas medidas. Pero lo más significativo fue incluirlos plenamente en la sociedad, plantearlos como iguales al resto –salvo los esclavos-. El hecho de que las fiestas mayas de 1838 fueran tambores en la Plaza de la Victoria (hoy de Mayo), muestra mejor que nada esa nueva relación entre los negros y el gobierno. De ahí, y por el hecho de que lograban dirimir disputas sociales por su pertenencia política, que el grueso de los negros fuera indiscutidamente federal.
-¿Cuál es la causa por la que desaparecieron?
Su desaparición sorprende. En realidad no desaparecieron, al estar siempre en los sectores más pobres tuvieron una alta tasa de mortalidad y fueron afectados por epidemias, y los hombres por su participación en las guerras. Su tasa de reproducción no era tan alta. Pero además, cuando eran el 25% de la población lo eran de una ciudad que tenía 45 mil habitantes. Con los años empezaron a llegar miles y miles de otros habitantes a Buenos Aires y los negros se fueron mezclando y así se fueron perdiendo.
-¿Qué cosas que estaban presentes en el entramado político de Rosas están presentes hoy? ¿En los punteros barriales, en los piqueteros, no hay rastros?
El entramado de lo que hoy llamaríamos punteros –los cientistas sociales hablan de brokers y se les dice también líderes intermedios- era fundamental en la conexión entre el líder federal y las masas. No lo inventó Rosas; Dorrego usó muy bien esa relación, pero también el grupo rivadaviano usó desde el poder sus relaciones con líderes intermedios. Y sí, eso es un elemento que quedó presente en la política porteña, y argentina. Esto no implica que no haya habido cambios grandes en la organización política, porque los hubo, pero es cierto que esas formas de hacer política, surgidas en los años 10 y que se terminaron de definir con el rosismo, tuvieron larga vida. Los mitristas y sobre todo los alsinistas (autonomistas) las mantuvieron y las heredó el radicalismo. Es lo que los socialistas rechazaban con el nombre de “política criolla”. A veces los historiadores han enfatizado demasiado al pensar la acción popular a fines del siglo XIX y principios del XX lo que llegó de afuera y se instauró con la formación de una sociedad capitalista plena que se formalizó en esos años. Así, las huelgas y los elementos más puramente clasistas son los que más llaman la atención. Pero buena parte de la acción popular siguió asociada a esas prácticas de relación con punteros, que por ejemplo fueron fundamentales en el radicalismo yrigoyenista. Sin duda mucho de eso fue a su vez heredado por el peronismo y podemos rastrear esa tradición política hasta nuestros días.
-¿Y qué fue La Mazorca?
La Mazorca fue un grupo que podemos llamar parapolicial, integrado mayormente por empleados de la Policía en actividad, que llevó a cabo una serie de crímenes políticos -asesinatos, torturas y saqueos a casas de algunos acusados de ser unitarios- durante los momentos conocidos como El Terror en Buenos Aires: octubre de 1840 y abril de 1842. Al menos ochenta personas murieron a manos de la Mazorca. Mientras el jefe de la Policía entre 1835 y 1845, Bernardo Victorica, se encargó de manejar al cuerpo en sus funciones más habituales –seguridad urbana, control, denuncia de opositores al sistema, reclutamiento de vagos para el Ejército–, los comisarios Ciriaco Cuitiño y Andrés Parra cumplieron esas tareas pero sumaron un mayor énfasis que ningún otro comisario en la vigilancia política. Esa rama especial de la policía, las dos partidas volantes de los comisarios extraordinarios, fueron las que devinieron en la Mazorca. ¿Cuándo dejaban de actuar como policía y se volvían mazorqueros? En los momentos en que procedieron por fuera de las disposiciones o la normativa del departamento de policía; sin órdenes o con indicaciones orales del gobernador, algo que nunca llegó a dilucidarse. Los miembros de la Mazorca eran al mismo tiempo parte de la Sociedad Popular Restauradora, un club de rosistas que se encargaba de movilizarse a favor de su líder, de organizar reuniones federales y de hacer presión política. Pero los integrantes de la Sociedad que no eran mazorqueros no cometieron crímenes.
-¿Qué cosas aún persisten de la vieja ciudad de Rosas (desde la fisonomía barrial hasta la idiosincrasia urbana)?
Muy poco a nivel físico: algunas viviendas (muy pocas), las iglesias (muy transformadas), el nombre de varias calles céntricas, algún edificio emblemático como el Cabildo (que era el tribunal de justicia en tiempos de Rosas), algunos ladrillos de lo que fue su caserón en Palermo… La ciudad tenía a fines de la década de 1830 unos 65 mil habitantes. Si comparamos con los tres millones de hoy, que en realidad son 12 millones porque la Gral. Paz es sólo una división administrativa, no urbana, no podría quedar mucho más, son realidades tan distintas. Una cosa sigue inalterable, de todos modos: el lugar simbólico fundamental que en la política tiene la Plaza de Mayo, algo que proviene al menos desde 1806.
-¿Acaso es a partir de Rosas donde se percibe la participación política directa de los sectores populares?
El poder rosista es heredero de la Revolución de 1810 y es con ella que la participación política popular se hace fundamental en Buenos Aires (es lo que trabajo en mi libro “¡Viva el bajo pueblo!”). Primero Dorrego y luego Rosas vislumbraron el poder que se obtenía con un capital político popular. Rosas advirtió hábilmente que la movilización popular iniciada en la etapa revolucionaria no se podía detener, que para gobernar y llegar a un orden –lo que él más buscaba- había que tenerla a favor. Y eso la llevo, sí, a una mayor visibilidad, dado que el federalismo se identificó abiertamente con lo popular, por ejemplo en modos y vestimenta.
-¿Qué cosas significa Buenos Aires para la historia argentina y en qué medida aún sigue significando?
Significa muchas cosas. Resumiendo al extremo se puede decir que al ser el puerto abierto al Atlántico, al haber sido la capital virreinal y –por eso mismo- al haber iniciado la Revolución, Buenos Aires siempre tuvo un lugar fundamental en la escena política argentina. Fue una lazo necesario y a la vez un problema para las provincias a lo largo del siglo XIX, hasta que en 1880 el Estado Nacional le impuso su poder por la fuerza y la “descabezó”, separando a la ciudad, desde entonces Capital Federal, y a la provincia, que tuvo que hacerse una nueva capital, La Plata. De todos modos tanto el lugar de Capital Federal como de Buenos Aires en el país siguió siendo fundamental por su peso político, demográfico y económico. Para tener una idea, en tiempos de Rosas los ingresos de Buenos Aires, gracias al comercio y a su producción ganadera, eran superiores a los de todo el resto de las provincias junto.
-¿Cuál es el método de investigación que te permite reconstruir la vida cotidiana y política de la época de Rosas?
A mí me interesa sobre todo la política popular y eso no es fácil de estudiar. La gente a la que intento aproximarme era mayoritariamente analfabeta y no dejó registros de sus ideas. Para estudiar al “bajo pueblo” es preciso combinar distintos tipos de documentos históricos que permiten reconstruir algunas de sus acciones. Los viajeros extranjeros dejaron sus impresiones sobre los porteños, las miembros de la elite de Buenos Aires dejaron autobiografías y cartas donde hablan de la “chusma” o la “plebe”, los periódicos también hicieron menciones, la policía dejó documentos con observaciones sobre cosas que pasaban en el día a día para poder controlarlas, hay solicitudes que la población mandaba al gobierno para obtener alguna gracia y hay muchos juicios en los que los acusados y testigos son de origen popular y sólo pueden ser “escuchados” ahí, en los interrogatorios que se conservan manuscritos (a pesar de que hablan presionados por estar ante el poder represivo de un juez). El cruce de documentos es indispensable porque usando un solo tipo se tiene una mirada muy sesgada: la de la elite es en general despectiva o la de los juicios puede dar la idea de una sociedad más violenta de lo que era, dado que uno lee lo referente a robos y asesinatos. Es un trabajo arduo pero muy atractivo; tiene mucho de detectivesco. Y siempre hay límites claros: lo que podemos reconstruir son fragmentos, lo que nos dejan los documentos. Y los historiadores tratamos de darle coherencia con la narración.